Del por qué de este blog

Los tiempos en docencia universitaria se han vuelto tiranos. No se alcanza a decir lo necesario, los jovenes están acostumbrados a la internet y a la comunicación virtual. Los mayores nos acostumbramos a esto o sucumbimos. Siempre nos corresponderá adaptarnos a la medida de nuestros destinatarios.

Si estamos convencidos que lo que hacemos sirve y vale, debemos esforzarnos por llevar la verdad donde sea, y solo ella nos hará libres.

Mi primera dedicatoria será a mis maestros, a mis profesores y a mis alumnos, los que fueron, los que son y los que vendran.

AMDG

Norberto Antonio Bussani

miércoles, 14 de julio de 2010

LA HUMANITAS EN LA PAX ROMANA

PAPEL DE LA HUMANITAS EN LA PAX ROMANA
Precisiones previas
El interés general para estudiar la pax romana, es un tema de habitual tratamiento en todos los estudiosos de la latinidad, al que realizamos nuestro humilde aporte con la especial sazón en orden a la inserción de la humanitas en la cuestión.
No ignoramos la definición del aquinate, reconocida en tiempos cercanos por la encíclica Pacen in Terris que establece que la paz es tranquilidad en el orden, sin embargo aquí será tomada en su acepción de mera ausencia de guerra, consecuencia del equilibrio precario de las fuerzas o la sumisión por rendición incondicional.
Atento el carácter de la tarea emprendida y las obligaciones de brevedad las citas han sido limitadas a lo mínimo indispensable.
Generalidades
El término paz en la sociedad romana, a pesar está tan habitualmente explicitado, es conveniente insistir en algunos aspectos particulares.
El significado histórico de la experiencia romana y de cada uno de los elementos esenciales que la configuraron debe ser entendida en una doble dimensión temporal, pretérita y futura, en la medida en que fue heredera de las experiencias anteriores y a su vez transmitió sus propias (re)elaboraciones. Parte de esta experiencia fue la construcción de un gran imperio que impulsa, recrea y utiliza una antigua trama mediterránea, construida a lo largo de siglos, con la participación de innumerables sociedades (fenicios, cretenses, griegos, cartagineses, etruscos, etc. -por sólo citar lo más significativos-). Sobre ella superpuso una centralización hasta entonces desconocida con prácticas de subordinación y coerción, sobre todas las comunidades y pueblos de las riberas mediterráneas. Todo ello le confiere un interés especial a las relaciones de esta práctica -imperialismo- que inicialmente aparece como completamente contradictoria con la pax, aunque, como veremos más adelante, incluye el uso de la diplomacia y otras regulaciones pacíficas.
También Roma dejó una amplísimo legado que trascendió los límites del propio Mediterráneo y del que, aún hoy, reconocemos sus vestigios (lengua, normas jurídicas, religión, arte, cultura en general, etc.). Todo esto hace que el conocimiento de las ideas, normativa y circunstancias que reglamentaban y sustentaban las relaciones de unos grupos con otros —internos y externos— tenga un gran significado y trascendencia para la investigación.
Etimológicamente Pax es el nombre de una acción del género femenino de la raíz PAK = ”fijar por una convención, resolver mediante un acuerdo entre dos partes, también de PAG que define sobre todo un acto físico. De estas raíces también derivan otros términos cercanos como PANGO, PACIT, PACUNT, PACERE, PACISCOR, PACTUS, PACO, PACALIS, etc. Además, se da la circunstancia de que todas las lenguas románicas son herederas de este término: PAZ, PACE, PAIX, PAU incluso la PEACE inglesa tienen sus antecedentes etimológicos, en la PAX-ACIS romana. También cabe señalar que el significado de la Paz no se limita al uso del término PAX-ACIS sino que su campo conceptual es ampliado y perfilado con la ayuda de otros sustantivos y construcciones gramaticales y conceptuales que exceden con mucho los límites de este trabajo.
La bibliografía sobre la pax, sin embargo, no ha sido todo lo abundante que cabe imaginar y parece como si la ausencia de una definición del concepto de “Paz” hubiera hecho que la historiografía se moviera en una cierta ambigüedad no resuelta al optar por identificar el concepto de Paz con la ausencia de guerra, asociada a las dinámicas de la política exterior, diluyéndose, de esta manera, significados presentes en otros ámbitos sociales (ver supra). Finalmente, la riqueza de tal término ha pervivido hasta nuestros días, de tal forma que funciona como deseo, anhelo, etc. hasta llegar a convertirse en una categoría analítica.
La pax probablemente apareció en el ámbito doméstico y local con unos significados limitados al acuerdo entre las partes. Pero parece como si hubiera acompañado a las vicisitudes de Roma teniendo que definir distintas instancias de acuerdos entre diversos actores. Así, debió de adaptarse a las nuevas realidades marcadas por la hegemonía en el Lacio, la conquista de la península itálica y del Mediterráneo y al nuevo estado definido por el imperialismo, pero también tuvo que incluir las disputas y litigios internos, especialmente la guerras civiles.
Basta con ubicar pax en un diccionario o enciclopedia latina para comprobar los múltiples significados que adquiere a lo largo de su pervivencia: acto físico, fijar la convención entre dos partes; pacto, asentamiento, paz, pacto garantizado (bendecido) por los dioses; respeto hacia el otro, consentimiento y acuerdo con el otro; cualidad de la vida, estado de seguridad; amistad; tiempo de paz; paz en la muerte, en la tumba; tranquilidad de mente, serenidad; equidad; pax romana (estado de orden y seguridad del imperio romano); personificación en la divinidad; calma, imperturbabilidad de los dioses; interjección. Toda esta riqueza se puede comprobar en su presencia en la mayoría de los autores latinos a lo largo de la pervivencia de esta lengua, con lo que, evidentemente, se incrementan los matices contextuales e históricos de sus significados.
Aunque tantas acepciones pudieran llevar a error, la coincidencia léxica no es banal, pues en su propia trayectoria histórica, experiencial y semiótica, acumula circunstancias en las que los conflictos se regulan pacíficamente, es decir intentando acercar las situaciones de partida al diálogo, la cooperación, la negociación, la justicia, etc. También, se puede argumentar que la pax romana enmascara situaciones de violencia. No tenemos la menor duda de ello, alguna de estas salidas las veremos en este mismo trabajo, y también han sido las más estudiadas. Sin embargo nosotros queremos enriquecer nuestra perspectiva con significados que hasta el momento no han sido demasiado estudiados.
La presencia del sustantivo pax es una constante prácticamente a lo largo de toda la historia de la lengua latina, de la historia de Roma. Casi todos los grandes autores latinos, desde Plauto a Justiniano, pasando por Cicerón, Salustio, Varrón, Virgilio, Livio, Lucano, Ovidio, Plinio, Séneca, Valerio Máximo, Suetonio, Tácito, Servio, etc, utilizan la pax para definir diversas actividades de las sociedades romanas. Sin duda, esta ingente información, nos permitiría hacer distintos tipos de aproximaciones por autores, géneros literarios, momentos históricos, temáticas, etc., lo que supera ampliamente los objetivos de este trabajo. Siendo conocedores de tales limitaciones intentamos dar una primera perspectiva global sobre tal problemática.
Finalmente, ante tal cúmulo de información, es importante fijar los objetivos que perseguimos con este trabajo: demostrar que la pax en Roma es concepto útil para gestionar la problemática, la conflictividad, del grupo(s) de procedencia, adquiriendo una enorme potencialidad discursiva y normativa para definir el horizonte hacia el cual debe de orientarse la sociedad.
Optamos, inicialmente, por tres grandes apartados, correspondientes con ámbitos diferentes de actuación: local y personal, la res-publica y el Imperio. Esta división convencional tiene una cierta correspondencia cronológica puesto que las fases de la historia de Roma pasan de un ámbito geográfico local, una pequeña aldea latina, a un gran imperio mediterráneo, por tanto las problemáticas sociales y políticas van progresivamente haciéndose más complejas. En ellos intentamos agrupar las diversas asociaciones que la pax establece con otros conceptos e ideas que, de esta forma, delimitan sus campos de significación.
Ahora bien, en este caso la transición de una situación a otra en primer lugar no se produce mecánicamente y, en segundo lugar, creemos que una etapa no supone la superación radical y el olvido de los presupuestos anteriores. Es decir en el término pax se acumulan, lógicamente con algunos cambios, acepciones de las etapas precedentes, que mantienen, y ésta es nuestra principal hipótesis, un cierto nexo común.

El ámbito doméstico y local
A lo largo de toda la literatura latina encontramos significados ubicados en la escala básica de las sociedades humanas: lo interpersonal e intergrupal, justamente los ambientes donde se configura los niveles primarios de socialización y educación. Buenos ejemplos de estas realidades los podemos encontrar por la propias temáticas de las obras en los géneros satírico y poético. La definición de las relaciones personales nos amplía grandemente su campo conceptual. La guerra, propiamente dicha, no existe entre las personas, por lo que la pax no actúa aquí para frenarla, sino con un significado más profundo y quizás originario.
La pax es considerada por los autores latinos en diversos pasajes como una cualidad de la naturaleza, de esta forma su validez alcanza a todos los seres vivos e incluso a otros agentes naturales, su «universalidad » es total. De esta manera la naturaleza impone sus condiciones de paz que, por otra parte, sólo podrán ser rotas cuando sus propias constantes, cósmicas, astronómicas y climáticas, lo permitan. Así, las noches y los inviernos están reservados para la paz, son más pacíficos que los días y las primaveras. Esta situación de suma tranquilidad (completado conceptualmente por otium y tranquilitas como veremos más adelante) se convierte en el marco natural e ideal solamente perturbado por algunas acciones humanas. Y para reafirmar tal idea nada mejor que identificar la pax con la vida de los animales: ...siendo así que hasta los animales y las fieras tienen paz entre sí; ... de ella se alegran no sólo los humanos sino también los animales.
Las Relaciones Personales O Individuales
La pax sirve para definir las relaciones personales a través de diversas expresiones que les da un significado humano, social, sincero y comunicativo. Partiendo del estado de ánimo, de las emociones, de los sentimientos de la propia persona, la pax es una cualidad intrínseca de las personas que a continuación podría ser proyectada hacia las demás como saludo, a través del cual se expresan los deseos de salud, vitalidad y bonanza personal, familiar y doméstica. La pax se convierte de esta manera en un valor que denota calidad de vida, estado de seguridad, amistad, tiempo de paz, paz en la muerte, en la tumba (RIP), tranquilidad de mente, serenidad, equidad. Es por esto que se convierte en un saludo, en el que las personas se desean los mejor de si mismo lo unos a los otros, respeto hacia el otro, consentimiento y acuerdo con el otro: pace tuae, uestra, etc. La aparición de estos significados en Plauto nos permite comprobar cómo desde los primeros siglos de la República era utilizado: ir en son de paz, hablar por las buenas, llegar a un pacto, ver –percibir- en paz, hacer las paces, son algunas de las expresiones que hemos encontrado.
Lógicamente estos enunciados los encontramos en otros autores que practican géneros literarios cercanos o relatan situaciones más relacionadas con vínculos interpersonales, y dentro de ellos, en particular, los que practicaban la poesía elegíaca. Por ejemplo, Horacio (Nosotros cantamos los banquetes, nosotros los combates encarnizados de las muchachas contra los jóvenes, con sus uñas recortadas, ya si estamos libres de amores o si algo nos abrasa, frívolos, para no perder la costumbre), y Ovidio (...la paz tranquila conviene a los humanos, la rabia salvaje a las fieras; Me agrada la paz y el amor que en medio de la paz he encontrado), etc. Como se puede comprobar defendían el amor, la vida contemplativa, integrada en la naturaleza, la sobriedad, las actitudes pacifistas, frente a las ideas dominantes de la lucha por el poder, la ambición, la acumulación de la riqueza, la guerra, la gloria militar, etc.
Otra manifestación lógica, derivada de lo anterior, la encontramos en su relación con la amicitia que acentúa su carácter de relación de confianza y afecto desinteresado entre las personas, que alcanza a definir otras agrupaciones humanas, y, finalmente incluso a los estados. Podemos entender que estos presupuestos tienen su prolongación en una línea sentimental y de ligazón afectiva entre las personas. La pax -como hemos visto más arriba- aparece relacionada con el amor, la filantropía por antonomasia, que además, como veremos más adelante cuando llega a ser deificado, conserva también sus relaciones con la pax. En cualquier caso estamos en el terreno de los sentimientos personales, de las emociones, que acercan a los demás, que sirven para fortalecer los vínculos sociales y garantizar la continuidad de la comunidad.
Quizás, por todo ello, los estados de ánimo determinan en muchas ocasiones el logro de la pax (¿Porque el tiempo de paz no causa preocupación?). Podría ser como el reconocimiento que un gobernante,sobre el que cae la responsabilidad política y militar de tomar las decisiones de la guerra o la paz, de sus sentimientos filantrópicos y humanitarios —probablemente aprendidos en las instancias personales, familiares y domésticas anteriores—. Algo parecido ocurre con la misericordia, como sentimiento de compasión hacia los sufrimientos ajenos que incita a perdonarlos y ayudarlos para convertirse en un factor de promoción de la paz.
En un sentido similar aparece constantemente el deseo, la ilusión, individual y colectiva en que la paz se produzca; es hasta cierto punto una continuidad del ánimo. Séneca afirma: ... que una paz profunda aumente a los pueblos, que todo el hierro lo ocupen las inocentes labores de los campos y las espadas permanezcan ocultas. La relación entre la pax y la spes (esperanza), la confianza de que algo que se desea ocurrirá o se alcanzará, aparece muy a menudo como un horizonte de toda la sociedad romana. En el mismo sentido podríamos hablar de la fides (fe, confianza), una virtud que es sentida y que nos acerca a la pax, la creencia en un estado de cosas.
Virtud humana
En un nivel de abstracción superior al anterior, como parte de la ideología colectiva, la pax es presentada como una cualidad de las personas adecuada a las normas y leyes morales colectivas, por ello como tal virtud tiene la capacidad de sintetizar casi todos los significados anteriores, representando la capacidad para vivir armónicamente con el entorno, sea este el individual, el grupal, e incluso internacional. Por tanto, al ser una virtud pública, debe de ser asumida por individuos privados, por magistrados o emperadores, ocupando un lugar privilegiado en el ideario colectivo, llegándose incluso a asignar un espacio en el discurso político del estado y del emperador.
Este valor se ve reforzado, en un primer nivel, con otros sustantivos tales como otium (ocio, tranquilidad), tranquilitas (tranquilidad) y concordia (concordia, unión entre los corazones) con los que aparece asociada en muchas ocasiones, que, con significados cercanos y concéntricos a la pax ayudan a definir y conformar más apropiadamente su campo conceptual. A su vez sirven para reforzar los diferentes ámbitos posibles (personales, domésticos, locales, etc.), y las interrelaciones entre las diferentes escalas: “micro” y “meso”, sobre las que estamos incidiendo en estos primeros apartados, frente a lo “macro” (Italia, provincias, Imperio,...). Cabe precisar que, justamente por esta cercanía semántica, cabría la posibilidad de incorporar el estudio de estos propios sustantivos para conseguir los objetivos que en definitiva perseguimos: detectar los ámbitos de acción de la paz. El potencial de uso de tales sustantivos es tal que posiblemente nos ayudasen a conocer mejor muchas de las realidades sobre las que se proyectan.
Igual sucedería con otros sustantivos y adjetivos que contribuirían a perfilar aún más el significado de la pax: libertas, reconciliata, iustitia, opulentia, candida (blanca, radiante, bella, pura, integra), alma (que alimenta), placida, bona, florente pudicitia, clementia, honesta, hospitium, fortuna, uenian, caritas (indulgencia, condescendencia), petenda, secura, reconcilianda, pia, clara, optima y benevolentia. De nuevo abriríamos la realidad a su presencia a pesar de que en estos casos la identificación conceptual es menor.
Finalmente, el deseo es que tal virtus extienda al máximo su validez, alcanzando el máximo de ámbitos tal como conseguían los atributos anteriores, pero también trascendiendo el tiempo. Esto se consigue acompañando a la pax con adjetivos que describen esta cualidad: universa, longa, aeterna, diuturna, perpetua, constans, sempiterna y futura, convirtiéndose en una garantía de las condiciones de vida de las sociedades y generaciones venideras, lo cual podría plantear la necesidad de pensar los requisitos contemporáneos para que tal desiderátum fuese cumplido.
Así, la pax se nos presenta como una categoría social, muy arraigada en toda la realidad romana que, como tal virtus, debe ser potenciada por las personas con visión social y política -con sabiduría- por ser necesaria para comprender las dimensiones de los acontecimientos y ser capaces de dar alternativas a los mismos ...(la sabiduría) no construye armas, ni murallas ni aparejos de guerra, fomenta la paz y exhorta a la concordia al humano linaje.
ENDIOSAMIENTO DE LA PAZ
La relación de la pax con los dioses nos indica un grado de penetración en las diversas actividades humanas, tanto privadas como públicas e imperiales. Los dioses en si mismos deben tener una vida eterna y serena con una profunda paz (deorum pacem), alejados de los asuntos mundanos para orientar, de esta forma, a los humanos: Entonces el género humano, depuestas la armas, mire por propia felicidad y de todos los pueblos, se amen entre sí; que la paz extendida por el universo mantenga cerradas las puertas de hierro del belicoso Jano. En este sentido se está contribuyendo a definir el horizonte utópico de la realidad deseada, por ello es necesaria la plegaria, la oración (precata deorum dearamque (rogada a dioses y diosas) en la que se pide que los dioses intercedan para la consecución del fin deseado bien en su conjunto, bien personificado en alguno de ellos tales como Neptuno, Júpiter, Fortuna, Clementia, Jano, Mercurio, Vesta, Ida, Venus, Ceres (La paz alimenta a Ceres. Ceres es hija de la paz), Hércules, Amor, Pallas o Saturno (como dios de paz). En otras ocasiones se invoca a Venus para que, oponiéndose a Marte, regale a los mortales una tranquila y plácida paz para los romanos.
Sin duda el que exista una deidad que represente a la Paz es la más clara confirmación de su valor social. La entrada en el panteón de los dioses reservada para aquellos dioses o diosas) cuyas virtudes o características han jugado un papel relevante a lo largo de la historia de Roma, nos confirma su carácter popular e interclasista -al mismo nivel que la religión-, lo cual no es un inconveniente sino una cualidad que puede hacerla operativa, a la vez en la relación entre los distintos grupos sociales, en la regulación de los conflictos entre ellos existentes, y en la medida en que participasen del mismo valor, este podría ser apelado por cualquiera de las partes para evitar los enfrentamientos y favorecer el diálogo y la negociación.
Por todo ello no es extraño que fuera invocada en diversas ocasiones por los distintos grupos romanos envueltos en contiendas bélicas, externas o internas. Tal es el caso de las guerras civiles, que enfrentaron a unas y otras facciones a grupos de las elites dirigentes romanas en el siglo I a.C; por eso es lógico que la proclamación de la pax de Augusto, también partícipe de la contienda civil, adquiriera el significado de paz interior (será el momento de adorar a Jano y con él la amable Concordia y a la Salud romana y al altar de la paz). Finalmente, y siguiendo con esta tradición en que la pax formaba parte del discurso político de los emperadores -como queda también atestiguado en las acuñaciones monetarias- Vespasiano y Domiciano consagraron un templo en el Foro de Roma que pasó a conocerse como «Foro de la Paz».
La construcción del Ara pacis Augustea, cuyo edificación estuvo supervisada por el Senado, fue tan significativa en lo político, como representación simbólica e iconográfica de la renovación moral, que merece la pena que nos detengamos algo en ello. En primer lugar se pretende exaltar lo que denominarían el Saeculum Aureum a través de imágenes que recuerdan la prosperidad, la abundancia, la felicidad perdurable. El motivo central es una divinidad maternal, probablemente la Pax, aunque también relacionada con Venus, Ceres y Tellus (la tierra), sostiene a dos niños en sus brazos, su regazo esta lleno de frutas, coronada con amapolas y espigas que también aparecen a su espalda. En los pies de la diosa hay una res en reposo y un cordero, lo que recuerda la fertilidad de la agricultura; a su derecha dos aurae que representan los vientos del mar y de la tierra, éstas están influenciadas, como otros elementos del ara, por la iconografía clásica griega. Refrendando estos mensajes, la profusión de zarcillos paradisíacos y de guirnaldas, simétricamente compuestos, unen la fecundidad y la abundancia con el orden y la ley. En definitiva, se resaltan las manifestaciones de la pax, traida por Augusto, y aunque cabe recordar que tanto los motivos iconográficos como ideológicos se conocían con anterioridad, la novedad es unirlos y hacerlos depender de la virtus del emperador. La “victoria”, también asociada a la pax, sería otro elemento importante del programa iconográfico de Augusto que le hacía presentarse como la garantía de un universo sometido y estable.
Es llamativo el carácter femenino de la Pax, con claros vínculos con otras deidades femeninas, frente a Marte, dios de la guerra. Mientras que los hombres (lo masculino) practican y usufructúan la guerra, la violencia, las mujeres (lo femenino) que no participan directamente en la guerra, que son las encargadas de reproducir la vida con su maternidad, su trabajo doméstico, encarnan la paz. La construcción de género masculino / femenino crea esta dicotomía en la sociedad romana, de manera similar que en otras sociedades patriarcales, en la que hombres y mujeres juegan papeles sociales diferenciados, en este caso ante la guerra (violencia) y la paz. Los dioses en cuanto reflejo ideológico de la realidad, representan y reproducen estos presupuestos.
Como podemos apreciar la Pax como diosa, aunque mantiene su presencia en el ámbito de lo privado, sin embargo lo transciende para tener su actividad en el ámbito de lo público, incluso dominantemente en el grado más alto de institucionalización, el Estado. Por ello tiene mayor importancia que su feminización no sea un hecho aislado sino paralelo al de otras virtus de este campo tales como concordia, tranquilitas, libertas —que también aparece en las monedas—, iustitia, etc.

La Dimensión Social - La Paz Del Estado
En este segundo nivel queremos agrupar aquellos significados de la pax que contribuyen a afianzar el régimen republicano romano, la armonía de la res publica y de la instituciones que la componen: ciudadanos, asambleas, senado, magistraturas y ejército, principalmente. La pax, como vamos a comprobar en repetidas ocasiones, aparece continuamente ligada a tales instituciones, ellas la necesitan, la definen y, sobre todo, la gestionan. Los buenos gobernantes saben conseguir y administrar la pax, tal como afirma Tácito: Ellos decían que no eran más que unos modestos senadores que en un república tranquila no buscaban más que la paz. En consecuencia, los emperadores la asumirán, la demandarán, definitivamente, como suya.
Un buen ejemplo al respecto es la obra Ab Urbe Condita del historiador Tito Livio, destinada a ensalzar y a justificar la creación del Imperio Romano de Augusto, del que se dice que llegó a ser amigo personal. En ella, por firme convicción del autor, se defienden los fundamentos de la República, muchos de los cuales permanecieron, sin duda, en el Imperio. Se convierte por tanto, además de su gran extensión en un referente ineludible para los tiempos anteriores. En los primeros libros de la citada obra se pueden ya encontrar los pilares sobre los que se conforman el estado romano. Las referencias a la pax son abundantes, ya sea de las derivaciones míticas del ciclo troyano, en la que coincide con el relato de la coetánea Eneida, o en la relaciones con los latinos en la constitución de la Roma monárquica.

La dimensión social de la pax entre ciudadanos.
El enfrentamiento entre diversos grupos de ciudadanos tuvo su expresión en Roma en las Guerras Civiles cuyas raíces y consecuencias inmediatas se extienden al menos durante todo el siglo I a. C. pero que tienen su epicentro a partir del año 54 a. C. En este conflicto se vieron implicados de una forma u otra, amplios sectores de población y, particularmente, las familias dominantes romanas. No es de extrañar que en tal situación la necesidad y la esperanza de una paz que termine con la guerra civil sea continua. Esta preocupación quedó reflejada en la literatura romana de aquellos momentos y los posteriores, un ejemplo singular es representado por Cicerón que no sólo fue un protagonista directo de los acontecimientos sino también un buen relator de ellos, principalmente en la cartas a su amigo Ático. Consecuente con su idea de trabajar y gestionar la paz intenta hacer llegar sus reflexiones y consejos a Pompeyo y Cesar para acabar con la guerra.
Un aspecto importante a destacar son los actores que considera involucrados en el conflicto, y el papel que cada uno desempeña en cada momento. En una lección de táctica política, no circunscribe los partícipes a los líderes César y Pompeyo o Marco Antonio, sino que incluye a otros actores de la vida pública y política, en primer lugar al Senado, como máximo representante de la República y árbitro de todas las situaciones, y después a los magistrados (cónsules, pretores, etc.), al pueblo romano, los aliados, etc. Este análisis es el que le permite llegar a demandar y exigirse a si mismo, y a todos los hombres de buena fe, ser protagonistas activos de la marcha de los acontecimientos.
Es fácil imaginar que propuestas como las aquí esgrimidas debieron de circular a lo largo de toda la contienda y a su vez debieron movilizar a los suficientes efectivos como para tener repercusión en la salida de la crisis. Ya hemos visto con anterioridad como el final de la misma, proclamada por Augusto, estuvo también relacionado con la exaltación de la pax.
Pax ac bello.
Pax ac bello es una expresión genérica muy frecuente que quiere describir la realidad de las relaciones entre unos grupos y otros. Aunque en la práctica queda relegada, en la mayoría de las ocasiones define las relaciones de Roma con otros pueblos, por lo que queda delimitada para la política exterior romana. La dialéctica Paz-Guerra pretende comprender todas las dinámicas posibles en las que participen grupos, o facciones romanas, y/o comunidades o pueblos exteriores. Esta relación es fundamentalmente entre dos ideas, dos alternativas de articulación de la realidad, así aparecen en los textos, aunque también ligadas con prácticas concretas. La Guerra aparece como algo inevitable pero nunca deseado, la Paz como algo posible y deseado.
Es muy lógico que existiera tal oposición ya que son pocos los años desde los inicios de la República en los que las puertas del templo de Jano estuvieron cerradas -lo que significaba que no había guerra-, lo cual creaba una espiral de intereses y sentimientos contradictorios. Es por ello que tal binomio es una simplificación que no explica por sí mismo todas las realidades existentes. Esto forma parte de las limitaciones del lenguaje, de los procesos en los cuales los propios romanos aprehendían la propia realidad, limitados en su comprensión de los fenómenos que vivían y en las ideas y conceptos que las definían. En este sentido se puede entender como la propia realidad premiaba a los generales victoriosos tras las guerras y las batallas, y en el mismo acto se agasajaba a los que obtenían y firmaban las paces, en definitiva con la victoria, cómo también veremos más adelante, se reconocía a aquellos que tenían la capacidad positiva para administrar una realidad donde tales conflictos están siempre presentes.
En esta dinámica se puede entender que desde los propios tiempos de la República, a pesar de estar implicada en numerosas guerras, la pax niteat (brilla) y permite, a través de todas las instituciones, el funcionamiento de la sociedad romana. Por ello el prestigio de las instituciones, las leyes, de las autoridades que las representan, es reconocido por su capacidad de gestionar la pax. En particular, las instituciones del estado romano (Senado, asambleas, magistrados, tribunales, ejerciendo su poder, la potestas y el imperium, debían de ser las garantes de la pax, entendida como un derecho civil, frente a la indiscriminación de la fuerza, de la guerra. En definitiva, es del estado de donde emergen estas virtudes desde donde se garantizan todas sus funciones (administración, gestión, seguridad, ingresos, etc.). Un ejemplo claro del reconocimiento de la observancia de estas tareas es la popularidad que el consulado alcanza en muchas ocasiones con la consecución de la pax que, en definitiva, es una posibilidad y una prerrogativa del pueblo y de los ciudadanos romanos.
Por otro lado, la continuidad de los conflictos externos no sólo puede ser vía de eliminación de las tensiones internas sino que, además, se convierte en una causa de cohesión. La división y los conflictos entre los ciudadanos desaparecen por la concordia ante un peligro exterior, con ello una causa externa se convierte en promotora de la paz interna . Cabría distinguir, en primer lugar, entre las posiciones adoptadas por las aristocracias gobernantes y las mantenidas por el resto de la población. Los intereses y expectativas son completamente distintos, aunque en coyunturas determinadas pudieran ser coincidentes. En este sentido es inadecuado hablar de la actitud beligerante de cualquier pueblo y, en particular, del pueblo romano, aunque es difícil saber cual era realmente la actitud de la población romana ante la guerra y, en particular, de los ciudadanos, pues en su toma de decisión colectiva entraban a formar parte desde valores individuales, sicológicos e ideológicos, hasta situaciones privadas y colectivas que difícilmente pueden ser recogidas por las fuentes ya que, en caso contrario, los analistas demostrarían una capacidad de análisis digna del mejor sociólogo, que la perspectiva propia de análisis de la que se partía impedía ver con precisión.
Algunos autores intentan reconocer en las fuentes actitudes de la población frente a los acontecimientos bélicos y, particularmente, la resistencia frente a la guerra. A pesar de ser las informaciones muy parciales permitirían entrever tales conductas en periodos más amplios. En la propia aristocracia se denotan ciertas contradicciones al respecto que relegando la laus y la gloria concedida por las acciones militares, optan por alejarse de tales actividades. Igualmente el pueblo, los ciudadanos que por otra parte eran beneficiarios secundarios de las guerras, y en muchas ocasiones directamente perjudicados por las mismas, manifiestan su oposición mediante el propio temor, la negación al dilectus, al reclutamiento, etc.
Este silencio de las fuentes al respecto se debe probablemente a la ausencia de actitudes de resistencia organizada y manifiesta en acciones de contestación, lo que no debe traducirse en un cambio de mentalidad y actitud de la guerra del ciudadano medio. Los incentivos para una u otra actitud eran numerosos y contradictorios a veces en sí mismos: religión, ideología dominante, la coacción, la fragmentación, las expectativas de botín, de participar en el reparto de tierras, los negocios, la magnitud del enemigo y de la guerra, la distancia de Roma, la dureza de la batalla, la climatología, las imágenes de los enemigos, el prestigio de los generales, la vulnerabilidad reciente o no del ejército romano, la fortaleza del estado, etc, podrían ser tenidos en cuenta por los ciudadanos, y las élites, para adoptar una u otra actitud. Aunque en definitiva estamos ante el problema de la toma de conciencia de los grupos humanos frente a situaciones que estructuralmente no le son beneficiosas: capacidad para poder pensar en proyectos alternativos de sociedad a los que la propia realidad les propone; los diversos grados de tales procesos; la diferencia entre la conciencia personal o grupal; la racionalización de tal conciencia; etc.
Pax republicana y el “pacifismo”
Las concepciones sobre la paz, como el resto del pensamiento romano, tienen ciertas vinculaciones con la filosofía griega que, sobre todo en los primeros años de la República, encontró en las teorías helenas la posibilidad de «pensar» los problemas que en la práctica política y social iban transcurriendo. Particularmente las élites romanas enfrentadas con multitud de problemas en su política exterior debían de dotarse de teorías que «explicaran» y «justificasen» las relaciones con nuevas realidades sociales y políticas y los conflictos de intereses que en estas dinámicas se producían. En este sentido podrían ser útiles los conceptos de hegemonía hasta los de homonoia (igualdad de todos los hombres), pero igualmente la koine eirene y otras virtudes que cohesionasen las relaciones dentro del ”Imperio”. Desde nuestra perspectiva nos vamos a centrar en aquellas aportaciones que pudieran reforzar la idea de pax, que, como hemos podido comprobar, aparece relacionada con distintos ámbitos y significados. Obviamente, la pax, en cuanto que articula las realidades e intereses en conflicto, necesita de elaboraciones filosóficas que le den credibilidad en la medida en que la relacionan con concepciones sociales más generales o globales. Por eso cuando se afirma que los procesos de toma de decisiones deben de estar presididos por la razón, la mente, y que de esta forma los sufragios traerán la pax al pueblo romano, se reconoce la necesidad de “discursos” filosóficos o morales que lo sustenten.
Puede que una de las primeras influencias proviniera de la filosofía estoica, a partir de la segunda mitad del siglo II a.C, y particularmente de sus presupuestos universales y «pacíficos» de las relaciones internacionales. Por ejemplo, Polibio, como buen griego pero ligado a la familia de los Scipiones, pone en boca de Filipo de Macedonia una concepción universal de la paz: Pues si lo que todos pedimos a los dioses y soportamos cualquier cosa para conservarla, me refiero a la paz, el único bien que los hombres juzgan indiscutible, .... Esta idea tiene su continuidad práctica en la creencia de que Roma tenía ante sí el reto de configurar un imperio que alcanzara la unidad universal, de todos los pueblos del Mediterráneo, y a su vez consiguiera un estado de paz, en la que los conflictos fueran un recuerdo del pasado.
La realidad, bien distinta a los deseos estoicos, imponía una política exterior basada en las continuos enfrentamientos y conquistas que, por encima de las ideas de igualdad entre los hombres, imponía, pragmáticamente, la supeditación de los pueblos a los intereses de Roma. Esta dinámica exterior estaba íntimamente relacionada con los pilares sobre los que se habían ido construyendo las propias instituciones políticas y administrativas que, no iban a permitir que triunfasen las pretendidas reformas de los Gracos, a las que se opondrían con todas sus fuerzas. La reforma de los Gracos debe ser entendida, justamente, como tal, en el sentido más clásico del término, y , por lo tanto, no debía suponer un cambio en las estructuras básicas de la sociedad romana. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que estas acciones tendrían, obviamente, unas repercusiones en la propia política exterior y así lo debieron de comprender los sectores más conservadores de la aristocracia romana, representados en el Senado, que ofrecieron seria resistencia a estos cambios.
Obviamente, los presupuestos de la política exterior romana deberían de estar ligados con la paulatina configuración de Roma como urbe metropolitana que se iría convirtiendo en centro de todas las corrientes mercantiles de la época, en competencia con otros centros regionales anteriores. Estas mismas condiciones permitieron, contradictoriamente, que Roma fuese un punto de circulación, confluencia e intercambio de las distintas tendencias filosóficas que se estaban produciendo en otros lugares del Mediterráneo, del Imperio, y que de esta forma cobraron unas posibilidades de difusión inusitadas. En estas circunstancias una nueva doctrina filosófica nacida en Grecia, el epicureismo, se sumó a las ideas estoicas en su oposición al pragmatismo que dominaba la política romana. Epicuro defendía la unión de las mentes y la eliminación de los obstáculos derivados de la ambición, el orgullo y la envidia.
En la obra Lucrecio se reconoce la existencia en Roma de algunos de los principios epicureistas que superando la atarassia (aislamiento y no participación en la sociedad) que tampoco significaba la total marginación de los hechos de la vida cotidiana, manifiesta su oposición, clara y manifiesta, pero indirecta, a la guerra. Para Lucrecio ésta es un importante escollo en el camino hacia una sociedad ideal, terminar con la «guerra salvaje» para terminar con la lucha del hombre con sus tormentos. En el camino hacia el refinamiento de las costumbres, gracias a la comunión entre los hombres, la amistad juega un papel de primer orden que inclina al hombre inequívocamente hacia la paz. Su influencia, como la del epicureismo en general, fue indiscutible a lo largo del tiempo.
Contrariamente, con el paso de los años, la crisis de la República y el pragmatismo de la política exterior, favorecieron el progresivo debilitamiento de la «utopía pacifista», lentamente los filósofos fueron renunciando a hacer recomendaciones sobre las actitudes a mantener en relación con los demás. Las ideas abstractas iban perdiendo su capacidad de impactar en la sociedad, preocupada en resolver otros problemas y debates. Estas son circunstancias propicias para el eclecticismo, no como una nueva escuela filosófica pero sí como una actitud individual, que tiene en Marco Tulio Cicerón uno de sus máximos representantes. Su posición con respecto a la guerra es buena muestra de ello: es condenada en abstracto pero justificada en casos de necesidad.
Sin embargo una ligera influencia del estoicismo parece pervivir en otros párrafos de su obra en los que muestra que la meta de todo conflicto debe ser la paz; la negociación es siempre preferible a la disputa para resolver los conflictos entre los pueblos; y el objetivo de paz está siempre por encima del de la guerra.
A partir de Cicerón se puede constatar claramente cómo la idea de pax sufrió algunas readaptaciones necesarias para mantener su funcionalidad política y social. A pesar de que, como hemos podido comprobar, el concepto de paz está bastante desarrollado en Cicerón, cabe preguntarse sobre las limitaciones que éste tuvo, dentro de los limites históricos e ideológicos contemporáneos impuestos sobre su propio pensamiento, y entre ellas las marcadas por la convivencia y aceptación del Imperio romano. Sin embargo, en el debate historiográfico la existencia del imperialismo, como potente concepto descriptor de toda esta época ha provocado la perdida de significativos matices, e incluso alternativas, que se produjeron en la política exterior romana. Efectivamente, ya sea como actitud denigrada o alabada, el resto de las valoraciones se convierten en deudoras. Además, el concepto de imperialismo llega a aparecer como un concepto cerrado que no se enriquece con reelaboraciones desde los fenómenos que pudiera abarcar.
Los límites que Cicerón impone a la práctica imperialista romana queda claramente de manifiesto a lo largo de su obra, pero particularmente en Verrinas y en las Catilinae donde critica duramente la práctica llevada en Sicilia, donde estuvo como gobernador Verres durantre tres años, y las de Catilina en otras circunstancias. En realidad la obtención de beneficios en las provincias es algo admitido y practicado por Cicerón, sin embargo, parece que para el buen funcionamiento del propio sistema era necesario que no se cometieran excesos. Sin embargo, de Marco Terencio Varrón, contemporáneo suyo, de cuya obra desgraciadamente sólo poseemos algunos fragmentos, sabemos por la referencias de otros autores que entre sus ensayos desaparecidos figuraba el Logisturicus de pace que, aunque es claro que no se trataba de un ensayo pacifista, sí parece que presentaba a la guerra como una aberración.
El final de la República se aproximaba, ahora el restablecimiento de la autoridad por parte del princeps debía permitir la pacificación completa del todo el Imperio, la pax romana aseguraría un gobierno sin conflictos y en armonía. Virgilio, se encargaría de poner en boca de Júpiter, aludiendo al cierre del templo de Jano, la desaparición de la impía rabia y el retorno a la Edad de Oro. Con todo ello se están poniendo las nuevas bases del Imperio romano. La nueva era representaría la regeneración de todos los hombres, el olvido de sus crímenes, y vivir en una atmósfera de calma, serenidad, verdad y paz. El papel de un futuro emperador ya estaba siendo demandado y diseñado, y entre sus funciones más claras estaba la gestión de la pax, ya sea como agente directo de la misma o en la dignificación y sacralización — como veremos más adelante—. Es un signo que fortalece su poder y a su vez le confiere su carácter oficial como asunto de interés de todo el estado (res-publica).
Pax Augusta Y Romana El Imperialismo
En el proceso de conquista, al menos desde el siglo IV a.C, Roma se ve en la necesidad de reactualizar todas sus teorías políticas y su derecho internacional, tal como hemos visto en algunos ejemplos anteriores. Aún reconociendo el carácter claramente violento de tal expansión, el concepto de pax va a sufrir nuevas remodelaciones y ampliaciones que, en definitiva, le permitieron articular y restablecer unas relaciones estables con los pueblos y comunidades sometidos. Es en toda la dialéctica marcada por el proceso de conquista de la península itálica donde Roma «aprende» y «elabora» distintas nociones que definen sus relaciones internacionales, en las que entra a formar parte tanto la fuerza de sus ejércitos como una refinada diplomacia que intentará minimizar los costos de su expansión, acompañada de negociaciones a través de la cuales salvaguarda el núcleo central de sus intereses a costa de ceder pequeñas parcelas a los pueblos sometidos. Tal vez uno de los más importantes en este sentido sea el derecho de ciudadanía romano, y la subcategoría del derecho latino con lo que se pacifica a los distintos grupos sociales y comunidades con las que se relaciona. Es muy claro, por ejemplo en Cesar, cómo los gobernantes romanos no dudan en utilizar la pax como un signo de inclusión en el Imperio Romano, teniendo un significado múltiple: conquista, sumisión, negociación, pacto, etc.
Más tarde Octavio, después emperador Augusto, con el cambio de la República al Imperio, marcará un punto de inflexión en la concepción del estado romano, que es probable que a su vez afectara a los significados más públicos de la pax, aunque, como hemos visto más arriba, también supusiera a la vez la continuidad de determinados contenidos de la misma. Efectivamente, la paz que había estado mucho tiempo perdida, tras innumerables conquistas y conflictos externos, por fin se recupera, al menos para las élites dominantes y los ciudadanos romanos y subsidiariamente para el resto de la población. Por ello la pax augusta es a su vez una paz romana (exterior) y una pax ciuilis (interior) tal como es loado por Ovidio en numerosos pasajes de sus obras.
El fin de las operaciones militares: negociaciones, victorias y tratados
La política exterior romana, expansiva desde el siglo IV a.C., le creó continuos problemas con todos sus vecinos, que cada vez eran mayores ya que su extensión territorial crecía continuamente. Muchos de estos conflictos fueron resueltos mediante tratados y paces, que por una parte recogían la victoria o derrota de los contendientes en una dialéctica en la que Roma progresivamente se situó en el lado de los vencedores. Esta ha sido probablemente la acepción más conocida de la pax, pero no por ello la más estudiada.
Sin embargo estas paces no deben ser entendidas solamente como una imposición del más fuerte —Roma en definitiva—, sino como el resultado de los deseos y los anhelos de las distintas fracciones contendientes que, ante el desgaste sufrido por la guerra, querían ante todo el fin de las operaciones militares y poder retomar la rutina de la vida cotidiana en la que rehacer sus intereses. Efectivamente, y relacionado con situaciones que hemos explicado con anterioridad, campesinos, comerciantes, mujeres,... e incluso militares, a partir de un determinado momento veían que lo más efectivo era la firma de un tratado de paz como fin de la guerra y como prevención de males mayores o como comienzo de otra etapa bajo nuevas coordenadas y llena de nuevas esperanzas.
Es importante apreciar que para que la pax pudiera producirse eran necesarias unas conditiones reales, percibidas o no por los actores de los conflictos, y otras formales puestas como estipulaciones que los contendientes deberían de cumplir para alcanzar los acuerdos. Sin embargo estas circunstancias puede que en muchos casos estuvieran condicionadas por la búsqueda de la victoria en la cual las condiciones de la paz eran impuestas, en gran medida, por el vencedor -Roma en la mayoría de las ocasiones- que de esta manera diseñaba su estrategia y táctica en la búsqueda de unas condiciones favorables para sus intereses. En este caso el posible adversario juega un papel secundario por la hegemonía militar de Roma y por sus deseos de imponer sus criterios. Aunque debemos entender que al pensar en estas «condiciones de paz» los romanos debían de considerar secundariamente, pero también para garantizar su propios deseos, los condiciones de los enemigos.
Como podemos ver, el fin de las actividades bélicas es siempre dependiente de las realidades de los participantes en la contienda bélica. El mecanismo mediante el cual se articulan estas realidades podríamos llamarlo «negociación»; mediante ella las partes entran en contacto, valoran, con mayor o menor rigor, sus capacidades (militares, potencial demográfico, riqueza, etc.), la posible evolución táctica y estratégica de los conflictos, etc. Otro mecanismo para alcanzar las negociaciones y la paz son las rogationes de las que se puede desprender una aceptación del papel de debilidad de alguno de los actores —en nuestro caso casi siempre los enemigos de Roma— que apelan y suplican condescendencia para una nueva realidad de paz en la cual eliminan parte de sus incertidumbres.
Existen diferentes caminos por los cuales se inician las negociaciones, el más común de ellos es el contacto a través de embajadores, en Roma conocemos la figura del legatus de la pax y son innumerables las ocasiones en que aparecen. Es el cónsul, como magistrado con la máxima capacidad de gobierno, quién asume llevar a cabo todos estos asuntos, de hecho es posible que la mayoría de estas embajadas estuvieran presididas por los cónsules, o en su caso otros magistrados de rango superior, en relación con la importancia dada a los asuntos a tratar. Justamente por esta última razón el Senatus populusque Romanus como «fidedigno» representante de los intereses del populus, de los ciudadanos romanos, supervisaba todas estas acciones. Representa el órgano de deliberación del estado romano, donde las elites romanas ordenaban sus intereses y los del pueblo romano y, muy especialmente la política exterior.
Los tratados como acto protocolario final del proceso, en el cual se fijan las condiciones establecidas en los procesos de negociación previos, las continuas promesas y garantías (sponsio), que finalmente, y como reconocimiento de su importancia y debido cumplimiento, quedarán reflejadas en leyes, de las que algunas conocemos su nominación: de pace cum aetolis facienda; de pace cum antiocho; de pace cum caeritibus; de pace cum carthafiniensibus; de pace cum philippo; de pace cum vermina.
La tranquilidad del Imperio
La política exterior desarrollada por Roma parece que también influyó decididamente en sus historiadores que en la mayoría de los casos fueron incapaces de trascender los parámetros de tales acciones. Mientras que el pensamiento político en Grecia era tendiente a concentrarse en los cambios internos de los Estados, para quedar las causas de la guerra como conflictos externos, marginales —quizás también porque no llegó a desarrollar con tanta contundencia una política de expansión e imperialista. En Roma los historiadores parecen más identificados con la política de su clase dirigente y, por tanto, con las victorias o derrotas de sus ejércitos. De hecho son innumerables los textos en los que la pax aparece ligada no sólo a la guerra, como hemos visto en parte, sino también gestionada por el ejército, como institución práctica de la misma. Todo ello le hace pensar a Marta Sordi que los dos elementos esenciales sobre los que se apoya la pax romana fueron la reglamentación jurídica y la garantía armada de esta reglamentación, ambas ligadas de manera indisoluble.
Por otro lado en la justificación romana de la guerra está presente bellum iustum, la guerra justa, la defensa necesaria frente al enemigo exterior. A nuestro entender juega un doble papel, por un lado la justificación del imperialismo romano, dotarse de una ideología que disculpe su continua expansión; y por otro, y en relación con la tradición del ius fetiale, el imponer unas condiciones a las relaciones con otros pueblos para que éstas sean lo más «pacíficas» posibles. En este sentido, la sacralización de la guerra supone un intento de normalización, insertándola dentro del ritmo «natural» de la vida, se purifica con la intención de justificar su existencia; las fórmulas, ritos y ceremonias intentan buscar la aquiescencia de las fuerzas sobrenaturales, de los dioses. Pero a la vez los requisitos rituales que debía de cumplir una contienda como garantes de su ecuanimidad podrían serlo, hasta cierto punto, del respeto al enemigo y de la paz.
La paz en las provincias y periferias del imperio
Las consideraciones anteriores dejan abierto un flanco de la paz, las relaciones entre la paz (guerra) interna (Roma, Italia) y la paz (guerra) exterior (provincias, limes). Esta dicotomía que distingue entre el centro y la periferia del imperio romano aparece claramente en algunos textos. Puede que las dinámicas provinciales pasasen por distintos estadios en su proceso de integración en el imperio romano, desde una oposición y resistencia manifiesta a ser pacificada para finalmente terminar integrada. Por ejemplo, la idea de la provincia pacatissima quiere reforzar la idea de que la paz en esta zona ha sido alcanzada recientemente y, por lo tanto, puede que en un tiempo anterior no lo estuviese. Para pasar después a un nuevo orden en el que la provincia llegue a ser fiel y pacífica (Pacem fidelitatemque populi Syracusani), obviamente la acción del ejército estaba siempre justificada. Aunque también afirma Justiniano que el militar que perturba la paz debe ser castigado con la pena capital.
En cualquier caso la paz en las provincias es un mecanismo para asegurarse el uso de sus recursos humanos y naturales (tributos, relaciones comerciales, etc.) para el bien de la república romana, como queda de manifiesto especialmente en In Verrem actio prima que tiene su acción ubicada en Sicilia. De ahí que justifique siempre la acción del ejército para asegurar el control de la provincia.
La pax también nos va indicando los ámbitos geográficos y culturales con los que Roma entra en contacto. Así se convierte en un indicativo de la extensión del imperialismo romano que utiliza todos los recursos a su disposición (ejército, diplomacia, etc.) para asegurarse sus intereses, el control de fuentes de riqueza y de las poblaciones que les garantizan el acceso a ellas. De esta forma la pax es un instrumento de extorsión del imperialismo, de las élites romanas, pero también de la élites locales y en general de los pueblos conquistados que así aminoran, en la medida de lo posible, los costes de los posibles enfrentamientos bélicos y de la extorsión romana.
De esta manera, a través de las paces firmadas con los distintos pueblos, es posible conocer la extensión del dominio romano en Grecia, Illiria, Macedonia, Cartago, Galia, Africa, Península Ibérica, Asia, Creta, Fenicia, Liguria, Córcega, Celtiberia, Persia, Chipre, Egipto, Samnio, Magna Grecia, Germania, Dacia, Armenia. Algunos autores llegan a proclamar una pax para todo el «orbe conocido», el mar y la tierra, en el cual agrupan tanto a la propia Roma como al resto de provincias y pueblos periféricos. Posiblemente ellos estuvieran convencidos del papel y el destino «universalista» de Roma, al igual que antes había sucedido con la cultura griega, y en el cual la pax pudiera ser también signo de la «cultura» romana.
La Pax Como Integración De Realidades E Intereses
Pacem ex aequo utilem, la paz favorece por igual a ambos, a todos, ésta puede una de las principales conclusiones de su multifuncionalidad; ...rura, urbes ac populos composita pace conseuat. Como se puede comprobar a lo largo de los textos la pax latina aparece asociada a distintos discursos e ideas. Aunque, por criterios metodológicos los hemos agrupado en tres escalas, local, estatal e internacional, éstas a su vez su subdividen en múltiples, de tal forma que la presencia de la pax está asegurada para casi todos los ámbitos de la sociedad romana. Tal omnipresencia es muy relevante en la medida en que el significado básico de la pax es el acuerdo entre dos o varias partes. Esto quiere decir que, si exceptuamos la divinidad que tiene un carácter aún más genérico, siempre que el concepto pax está presente pone en relación a distintos actores y sus circunstancias.
Grupos interesados en la paz
La paz como una construcción social está obviamente apoyada por diferentes grupos sociales que aparecen directamente interesados por su significado y operatividad práctica. Por todos aquellos que entienden que es un mecanismo para regular los conflictos de distinto tipo pacíficamente; como la forma más efectiva de velar, en definitiva, por sus intereses. También aquellos para los que la guerra les generaba pocos beneficios cuando no enormes pérdidas. La generalidad de todos estos grupos es «el pueblo»: Nihil tam populare quam pacem (nada tan popular como la paz), la paz es grata y agradable y querida por él pueblo, significa unidad y tranquilidad, la dignidad de la República. Por todo ello los pueblos, y en particular el romano, si saben mantener su derecho son señores de las leyes, los juicios, la fuerza, los tratados, la vida, la fortuna y, finalmente y quizás en consecuencia, la paz.
Ante estas constataciones se podría pensar también que todos los grupos sociales estuviesen interesados en la pax, por unas razones u otras, por intereses más o menos coyunturales. Los generales de los ejércitos desearían conseguir cuanto antes los objetivos de su guerra, tal vez solamente para alcanzar la victoria, conseguir gloria y poder repartir el botín entre sus soldados; los soldados con la pax eliminan posibilidades de ser víctimas de la contienda; los gobernantes satisfacen sus objetivos propiamente cuando ha impuesto sus objetivos. Sin embargo, existirían grupos que tendrían objetivamente mayor interés en la pax para de esta manera asegurar mejor sus necesidades, para reproducir mejor sus condiciones de existencia, tales podrían ser los agricultores y los comerciantes. Los agricultores, ciudadanos que son movilizados como soldados, tienen un interés estructural contrario a la guerra ya que ésta les supone el abandono de sus labores y el empobrecimiento de sus campos que, además, en muchas ocasiones termina con la esclavitud por la deudas creadas ante tal situación
La relación del intercambio comercial con la pax es algo manifiesto a lo largo de toda la historia mediterránea que en el mundo latino encuentra algunos referentes. El intercambio fue a lo largo de toda la historia mediterránea un móvil principal para el establecimiento de relaciones entre unas comunidades y otras. La historia de este mar puede ser explicada como tal por las vías creadas para la distribución y el intercambio de los productos de unos y otros y, de esta forma, poder satisfacer las necesidades de los grupos humanos que, dicho sea de paso, es una de las condiciones primarias para la existencia de paz. Los romanos no son ajenos a esta trama que también les garantiza un buen nivel de vida. Y, aunque los comerciantes no tuvieron un alto grado de aprecio en la sociedad romana, ellos sí debieron tener claro que la pax les ofrecía las mejores posibilidades para cumplir sus funciones. En parte ellos representan mejor que ningún otro grupo las ventajas de la convivencia pacífica alrededor del Mediterráneo.
Un razonamiento parecido podríamos hacer con respecto a las mujeres, a pesar de que contradictoriamente en ocasiones apoyan la guerra, como reproductoras del papel dependiente asignado por la sociedad patriarcal. Sin embargo, sus actividades sociales están muy estrechamente ligadas con la reproducción de la vida (maternidad, educación, trabajo doméstico, etc.) lo que debió de repercutir en que sus intereses individuales y personales coincidieran en muchas ocasiones con los objetivos de la paz. Vemos como se puede comprender lo que significaba la paz para los vencedores, la élites romanas principalmente, cabe ahora pensar en la paz de los pueblos que se ven sometidos por la fuerza del imperio romano. Ante esta violencia «extra», la paz es el camino para aminorarla o regularla, aunque dentro de cada pueblo haya que distinguir en su caso el efecto de la presión romana. Quizás por ello Séneca afirmaba: querer que la paz vuelva es bueno para el vencedor y necesario para el vencido.
La paz como punto de confluencia
También a lo largo de las múltiples realidades vistas podemos distinguir aquellas relaciones que se producen entre iguales, entre actores con los mismos intereses, por lo que se produciría una pax unificadora, coordinadora, o, estableciendo la relación entre desiguales, actores con distintos intereses por lo que la pax sería conciliadora, negociadora. Hemos visto cómo estas desigualdades pueden ser de origen y naturaleza distinta: hombres libres / esclavos, ciudadanos / no ciudadanos, conquistadores / conquistados, pertenecientes al Imperio romano / externos al Imperio romano, etc. Es decir la pax actua como «reguladora», nunca mejor dicho, de distintas realidades e intereses coincidentes en un mismo espacio.
La anterior relación podríamos definirla como horizontal en la medida en que establece vínculos entre realidades coincidentes geográfica y temporalmente. Cabe preguntarse por si esta acción se produce verticalmente, es decir desde un ámbito a otro, cuando los actores cambian de escala de actuación. Lo que nos preguntamos es si las prácticas de la pax en los ámbitos locales están relacionadas con estas prácticas en la escala estatal o internacional, o a la inversa. Realmente no tenemos ninguna información clara al respecto pero, lógicamente, podemos deducir que una y otras se retroalimentarían, porque en caso contrario estaríamos en situaciones completamente esquizofrénicas, aunque dicho sea de paso los seres humanos demostramos en muchas ocasiones ser capaces de actuar en situaciones abiertamente contradictorias y caóticas, en las que los actores se comportarían de manera distinta dependiendo del lugar donde estuvieran. Pero el que estas situaciones se puedan dar no quiere decir que las propias dinámicas sociales tiendan a eliminarlas y armonizarlas. Creemos que la pax supone, también, una vía económica, rentable de regulación de los conflictos, en la medida que, al menos a partir de un determinado momento, «ahorra» energías de los actores que se deciden por acatarla. Desde esta perspectiva es posible que el aprendizaje en un espacio u otro conllevara, con un mínimo de capacidad analítica y abstracción, al alcance de cualquier persona o grupo, a la posibilidad de utilizarla en otros distintos. En cualquier caso la ingente cantidad de experiencias vistas en tan variadas circunstancias avalan tal hipótesis.
Por todo ello podemos afirmar que la pax es una categoría fundamentalmente social muy arraigada en toda la realidad romana.
La pax y la caída del imperio romano
La paulatina decadencia del Imperio romano tuvo sus manifestaciones directas en todos los atributos que justamente definían cualitativamente el imperialismo: el uso de la fuerza, la capacidad de extorsión, etc., todo ello concentrado en las formas de poder que lo sustentaban. Pero en primer lugar cabe decir que estas manifestaciones que produjeron importantes cambios estructurales (crisis de la ciudad, derrumbe del sistema esclavista, invasiones de pueblos exteriores del Imperio, etc.) no debieron de ser tan contundentes en los parámetros de vida cotidiana de la mayor parte de la población que, en definitiva, estaba acostumbrada a vivir de la escasez de su autoproducción y consumo. Por ello, y como se comprueba con testimonios posteriores, la pax continuó cumpliendo sus funciones en el ámbito doméstico y local y como virtud humana. La «crisis» pudo reforzar el papel de la pax como «valor refugio» tal como después se podrá comprobar en algunos autores cristianos que readaptaron sus enseñanzas a la realidad socioeconómica, cultural e ideológica del Imperio romano.
El poder imperial por su parte intentó que en su decadencia, política social y económica, sus atributos ideológicos permanecieran invariables, como resortes de la resistencia a la caída, pilares de una situación que se desmoronaba a su alrededor. Esto lo hemos podido comprobar en las innumerables referencias a la pax durante el siglo III d.C, así como en las acuñaciones monetarias, formando parte del programa de restitución, como un intento de mantener el status quo existente. Las relaciones entre los usos y significados de la pax en sus escalas inferiores y medias, el deseo de la población de tener una paz real y duradera contribuirían, de nuevo, a darle cierta credibilidad a la pax imperial.
Hasta ahora hemos podido comprobar a través de las fuentes disponibles, que abarcan la práctica totalidad de la Roma histórica, cómo la pax aparece ligada a distintas realidades sociales. Esta misma idea queda seriamente confirmada en la obra de Justiniano. Efectivamente, el autor utiliza en numerosas ocasiones distintos casos de pax para referirse a un amplio abanico de situaciones, aunque tal vez relativamente escasas al tratarse de una obra recopilatoria de normas jurídicas que en muchos casos no necesitan invocar a la pax para intentar regular pacíficamente muchos de los conflictos existentes. Es por esto que sí están mucho más presentes derivados de la raiz pac- con idénticos propósitos, especialmente formas verbales de paciscor (traducido como pactar, llegar a un acuerdo, etc.) Con ellos definen y delimitan diferentes situaciones y ámbitos (personal, familiar, estatal, imperial, etc.) de la Roma bajo imperial: pacata, pacisci, paciscuntur, paciscendo, paciscor, paciscentium, paciscar, paciscatur, paciscitur, paciscentes, pacisceretur, paciscantur, paciscetur, paciscebatur, paciscenti, paciscerentur, paciscente, paciscantur, paciscentis, paciscentibus, paciscendi.
Podemos decir que la idea de pax supervivió al propio Imperio Romano en la medida que sus usos y contenidos pervivieron en los siglos posteriores, hasta llegar a nuestros días con los sustantivos paz, pace, paix, ... presentes en las distintas lenguas romances. Esto lo interpretamos sin duda porque para las realidades sociales en las que anidó la palabra, el concepto, éste era útil para definir dinámicas de regulaciones pacíficas de las sociedades en que pervivió a lo largo de los siglos.
Una gran parte del legado del Imperio Romano en general y del latín, particularmente, fue depositado en la Iglesia Romana, que de esta forma transmitía el mensaje de la paz entre los hombres y la paz, y el respeto, a las instituciones y el Estado. Numerosas expresiones nos dan muestra de ello: pax vobis, pax domini, pacem dare, pax bandita, pax dei et ecclesiae, pax beatae mariae, pax ordo,. Tan abundantes en número, matices y extensión espacial y temporal que obviamos en estas páginas un análisis más detallado de las mismas, sirvan sin embargo tales dimensiones como testimonio de su entidad y pervivencia conceptual y semántica.
La Humanitas
La entendemos como pleno sentido de lo humano o como dice Terencio Nada de lo humano me es a mi ajeno .
Todo el desarrollo anterior en orden a la Pax debe verse a esta luz que aparece en toda la historia de Roma como una virtus propia de la estirpe, sin convertirlo en un pacifista.
Tradicionalmente se ha definido al romano como un agricultor guerrero y por tanto habremos de tomar apodícticamente el sentido dado por Virgilio en las Geórgicas. En este orden de ideas existen tres niveles de relación agrícola micro, meso y macro. La relación agrícola propiamente dicha, la fundación de ciudades y la conservación de las ya fundadas (Imperio).
En tal orden de ideas la pax romana está íntimamente relacionada con esa voluntad de regir el orbe y darle un orden (conf. Sueño de Scipion en Cicerón).
¿Cómo pudo Roma conservar el gran Imperio que gestó con relativamente pocas crisis? El ámbito del Derecho Romano nos brinda más de una explicación, pero la principal es sin dudas el mantenimiento de las instituciones propias de cada pueblo. El cabal ejemplo de esto es todo lo que recuerdan los evangelios sobre la condena de Nuestro Señor Jesucristo que pasa por los tribunales de Anás, Caifás, Herodes y finalmente recala en el romano de Pilatos. Esto marca la coexistencia normativa que existía en las provincias del imperio y la virtual independencia que de ello se deriva.
Este concepto está a nuestro criterio relacionado con esta visión de otro como otro y no como cosa, cuestión esta que también se patentiza en lo relativo al esclavo que a pesar de no tener derechos no era res sino mero homo y tan es así que participaba del culto doméstico y su sepultura era res religiosae.
Conclusión
Todo lo arriba expuesto justifica la negociación y el pacto constante con los hostes, pero parecería que excluye definitivamente a los barbaroi tanto que ellos no participan de la pax romana, están fuera de ella y también de la humanitas.
Cuando el concepto de “Humanitas” se incorpora a la Cultura mediterránea - como en la definición de Cicerón – ésta lleva implícito un designio de libertad espiritual. “Humanitas” es el vínculo que une a los hombres por sobre su condición de extranjeros y ciudadanos; de libres y esclavos; es la razón superior que salta sobre las fronteras artificiosas de sangre, Estado y dinero, que erigieron las clases y los poderes dominantes. Cuando los libertos griegos empiezan a enseñar en las casas de los quirites romanos los versos de Homero o los textos platónicos, se cumplían en el alma antigua un primer proceso de conciliación universalista. Se formaba contra la crueldad de las guerras, el recelo de los patricios y plebeyos, una primera sociedad de los espíritus que parece precursora de aquella “comunión de los santos” en que se empeñará la utopía cristiana. Era una nueva imagen del hombre y de la Cultura, que combatía contra el particularismo racial y religioso y fijaba al individuo una comunidad más amplia que la de su ciudad y su liturgia.

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